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Know Your Rights
Source: El Diario
Subject: Workplace Justice
Type: Media Coverage

Bailarina – No prostituta

Jackson Heights, Queens/N.Y.

— Vestida con traje negro, de pantalones cortos, tacones altos, con un
peinado elegante y un maquillaje impecable, Diana Trejos baila reguetón con uno
de los clientes.

Es un lugar
oscuro, la música es ensordecedora y la pista de baile está llena de clientes
bailando con mujeres que se mueven con una sensualidad invitadora.

Trejos recibe
a sus clientes en uno de los muchos bailaderos de Jackson Heights, Queens, que
nos pide que no identifiquemos, advirtiéndoles: "Yo trabajo acá, cobro $2 por
bailar una canción y $40 si quiere sentarse y hablar por una hora. No me gusta
que me besen, ni que me manoseen y no salgo con clientes. Yo sólo estoy acá,
para bailar y conversar".

Cuando empezó
en febrero del 2000, en el Flamingo Club de la Avenida Roosevelt, Trejos, de 40
años, nunca había bailado por dinero ni sabía en que consistía el trabajo. "Mi
hermano fue el que me comentó del trabajo de bailarina", recuerda.

Edward, su
hermano menor, era taxista y transportaba bailarinas, y había oído de ellas
cuanto ganaban y que el trabajo no era lo que él se imaginaba.

"No me
preocupa que mi hermana trabaje como bailarina. Es una profesión respetable. Mi
hermana no tiene porqué sobrepasarse", asegura Edward.

Trejos es
también una de las bailarinas que está demandando por más de medio millón de
dólares por abusos laborales** a los dueños del club Flamingo, Edith de’Angelo y su
esposo José Ruiz. Entre las acusaciones están las largas jornadas de trabajo:
10 horas con un descanso de 30 minutos para comer.

Las
demandantes aseguran que no tienen derecho a ausentarse y, si lo hacen, deben
pagar una multa de $70. Además, por cada hora de retraso deben pagar $20 y se
les exige una cuota diaria de $11 por entrar al recinto.

"Ellos son
los amos y nosotras las esclavas", se lamenta Trejos quien, sin embargo,
recalca que ni el Flamingo ni los otros lugares en los que ha trabajado —Casa Nova,
Forum y Cancún, entre ellos— son lugares de prostitución.

"Las reglas
son claras. En los bailaderos se prohíbe la prostitución. Si alguno de los
jóvenes de seguridad ve a alguna chica haciendo algo inapropiado, la despiden",
insiste Trejos.

Esta bailarina
asegura que en su trabajo las cosas dependen de cada mujer.

"Muchas
chicas no saben decir que no. Eso es lo más difícil de la profesión. Hoy las
mujeres han perdido los valores, y hacen cualquier cosa por ganar más dinero,
pero eso lo hacen en su tiempo libre, porque las reglas en estos lugares son
claras", afirma.

Un promedio
de 40 mujeres trabajan como bailarinas en cada uno de los clubes y las
historias de cada una son diferentes, asegura Trejos.

"Hay madres
solteras, esposas, mujeres que llevan las riendas de la casa, indocumentadas,
ex prostitutas, lesbianas, y cada quien piensa y actúa diferente. La mezcla de
todas las encuentras en este trabajo", dice.

Trejos es
madre de dos niñas que viven en Colombia, a quienes sostiene, junto con su
madre, desde hace ocho años cuando emigró a Nueva York.

"Yo soy el
sustento de mi familia, no sólo de mis hijas y mi madre, sino también de mi
sobrina", afirma.

"Muchas de
las chicas que trabajan en este negocio son madres solteras o esposas que
ayudan a mantener la casa. Yo gano en promedio $150 por noche, aunque hay días
en que solo gano $30", sostiene la bailarina.

Pero a ella,
su trabajo le gusta. La hace olvidar los problemas de la vida diaria y le ayuda
a sobrellevar la soledad que la ha acompañado a lo largo de los años que lleva
alejada de su familia.

"Llegar al
trabajo es olvidarte de todo y vivir en otra plataforma. Es impredecible y
excitante. Se conoce a mucha gente", observa Trejos sentada en el sofá de su
apartamento impecablemente arreglado. "Paso todo el día en sudadera, arreglando
mi casa y cocinando, y con mi novio, pero cuando es hora de irme al trabajo me
transformo, es gratificante", explica.

Pero el
trabajo no es fácil, se necesita ser fuerte. Trejos no bebe alcohol, no fuma y
aunque su madre, sus hermanos y sus hijas saben en lo que trabaja, le ha tocado
ocultárselo a la familia de su novio. La bailarina confiesa que nunca dejaría
que sus hijas trabajaran en lo mismo que hace ella.

El negocio de
los bailaderos en la Avenida Roosevelt ha florecido. Ocho años atrás, cuando
Trejos empezó, el Flamingo era uno de los únicos lugares, pero ahora la
Roosevelt se encuentra llena de bailaderos.

"Flamingo es
la madre de este tipo de negocios, pero ahora, ya no hay disco- tecas, las han
convertido en bailaderos", explica Trejos. "Nosotras somos las doctoras, las
psiquiatras, amigas y confidentes de todos los clientes", explica.

Trejos
estudió hasta cuarto de bachillerato pero la vida se ha encargado de enseñarle
las lecciones que cada noche pone en práctica mientras baila o conversa con su
clientes: $2 por pieza y $40 por hora de terapia conversacional.

**Organizando por Se
Hace Camino Nueva York.